July 3, 2009

Buscando la Cara del Señor

La Eucaristía es el eje de nuestra vida de fe cristiana

Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua. En Estados Unidos esto abarca desde el primer domingo de la Cuaresma hasta el domingo de la Santísima Trinidad. Debido a que la Sagrada Eucaristía es tanto el origen como la cumbre de la vida de toda la Iglesia, ésta nos enseña que cada fiel, por su propio bien, debe recibir la Comunión al menos una vez por año.” El tercer mandamiento de la Iglesia figura en el Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos (p. 334).

¿Por que la Iglesia determina el requisito mínimo indispensable? Primero que nada, la Iglesia desea que valoremos el obsequio que Jesús nos entregó antes de morir por nosotros.

Segundo, la Iglesia desea hacer énfasis en la posición central que ocupa la Eucaristía en la vida de nuestra fe cristiana.

Más aún, nuestra Iglesia cree en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no solamente durante la Misa, sino también en los sagrarios de las iglesias.

Cuando celebramos la Eucaristía, la Última Cena que Cristo celebró al comienzo de su Pasión, él se hace presente entre nosotros y para nosotros.

En ese momento, durante la cena, Jesús aceptó obedientemente su muerte como su entrega a Dios para la redención del mundo; y en ese momento también se entregó a sus discípulos en el evento y ritual de la comida.

Al celebrar la Misa, vivimos el misterio del momento en el cual comenzó la Pasión. En cierto modo, la celebración de la Eucaristía representa, tanto para el sacerdote como para la congregación, un “sí” obediente a la pasión de Jesús en nuestras vidas.

Jesús se sentó con aquellos a quienes amaba y llamaba amigos, aquellos que constituyeron la comunidad incipiente que creyó en él. Al celebrar la Misa en representación de Jesús, nosotros, sacerdotes y congregación, vivimos de conformidad con esa comida sagrada.

La Última Cena y el obsequio de la Eucaristía resultan conmovedores desde nuestra perspectiva humana si nos concentramos en la persona de Jesús en este gran misterio.

Jesús se sentó a cenar por última vez con sus amigos cuando sabía que debía entregarse a la oscura soledad de la muerte.

Jesús acepta esa muerte que nos corresponde a nosotros y no debió ser suya; y compartió una última cena de conmemoración con sus amigos, entre los cuales se encontraba uno que le traicionaría.

Aún en la soledad de su muerte, Jesús desea seguir siendo uno con nosotros.

Al celebrar la Misa celebramos el momento en el que Jesús le dijo sí a la muerte por sus amigos. La Pasión comienza con la Última Cena, cuando Cristo acepta su muerte con antelación y proclama su aceptación.

Al celebrar la Eucaristía, la Última Cena se transforma en su presencia entre nosotros y por nosotros en el ritual de la Iglesia. Mediante el ministerio del sacerdocio la Iglesia conmemora el misterio expiatorio, de modo que lo que sucedió se traslade a nuestro espacio y tiempo.

Cuando el sacerdote y la congregación celebran la Misa en el nombre de Jesús, lo que sucedió en aquel entonces adquiere un poder redentor hoy.

La Última Cena de nuestro Señor y amigo es un evento histórico, no un simple recuerdo efímero que se evoca en la memoria de los pueblos y en sus libros.

Como señaló alguien una vez, se trata del único evento de todos los tiempos que no se “ha esfumado en el vacío de las estrellas.” Debido a que la intención de Jesús era que este acto de amor pasara a formar parte de nuestras vidas en todos los espacios y épocas, celebramos el misterio de su Última Cena de una forma ritual y concreta.

Y él sólo nos pide una cosa: el “amén” de nuestra fe viva en respuesta a lo que él hizo por nosotros en amorosa obediencia a su Padre.

Por medio del sustento tangible del misterio eucarístico contamos con el Jesús crucificado y resucitado entre nosotros en nuestra peregrinación por el mundo.

Gracias a la Eucaristía, Jesús nos acompaña en nuestras vidas por todos sus senderos. Sale a nuestro encuentro junto con nuestros hermanos y hermanas en los destinos que nos deparan todas las encrucijadas de nuestras vidas.

¿Como no podemos participar en el extraordinario misterio eucarístico más de una vez al año? Resulta verdaderamente importante que reflexionemos detenidamente y en oración acerca del significado profundo y decisivo de la Eucaristía, la cual conocemos también como la Misa.

En ella se celebra el más maravilloso acto de amor divino que podamos imaginar. No se trata simplemente de un recuerdo simbólico o de una representación teatral. Es algo real que se nos transmite a través de un rito instituido por el propio Cristo. En la Presencia Real de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía, el Santo Sacramento permanece con nosotros en nuestros sagrarios.

El difunto Papa Juan Pablo II expresó que la Eucaristía debe estar precedida por la oración. Y a partir de ella, la oración emerge para inspirar todas nuestras obras de caridad. †

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