May 29, 2009

Buscando la Cara del Señor

El Espíritu Santo obra en nuestras vidas para acercarnos a Dios

Al atardecer de aquel primer día de la semana, estaban reunidos los idiscípulos a puerta cerrada por temor a los judíos” (Jn 20:19).

Según la tradición, el salón donde los discípulos esperaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos era el cenáculo, el salón en la parte superior donde Jesús y los Doce, la noche antes de su muerte, celebraron la Pascua del nuevo orden.

En Tierra Santa hay iglesias y santuarios construidos en los lugares de la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, Getsemaní, el Santo Sepulcro y la Resurrección, entre otros.

Pero el legendario local del cenáculo, el salón localizado en la parte superior donde se instituiría la Eucaristía y el sacerdocio, el salón en el cual comenzó la era de la Iglesia con el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos con María, la Madre del Señor, el legendario lugar de Pentecostés, no está señalado con ninguna iglesia ni santuario.

Mientras reflexionaba acerca de los posibles motivos de dicha omisión, pude ver cierta pertinencia en el hecho de que el lugar de la institución de la Eucaristía, en el cual la Iglesia se hace más visible sacramentalmente, y el lugar donde el Espíritu Santo descendió sobre María y los Doce y, en consecuencia, concedió el poder a la Iglesia para sacar adelante el mandato de Cristo de evangelizar el mundo, no estuviera señalado con algún santuario o local.

El misterio eucarístico y la presencia del Espíritu Santo son dones universales, presentes para siempre dondequiera que la Iglesia se reúna.

Pentecostés era una de las tres festividades judías más importantes. Se sabe que esta fiesta se originó a partir de una antigua celebración de acción de gracias, como muestra de gratitud a Dios por la cosecha anual que estaban a punto de recoger.

Más adelante, se le añadió otra intención: se conmemoraba la promulgación de la Ley que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Esta celebración tenía lugar 50 días después de la Pascua.

Por designio divino, la cosecha que los judíos celebraban con tanto júbilo se ha convertido en una festividad de gran gozo en el nuevo orden: la venida del Espíritu Santo, el Consejero y el alivio prometido por Jesús.

Juan relata que los apóstoles estaban esperando en un salón oculto y con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Esperaban el don del Espíritu Santo que Jesús había prometido.

Al comienzo de su travesía de fe, los discípulos se reunían en el templo para escuchar a Jesús contar la historia del Padre. Les sorprendía la autoridad con la cual les enseñaba.

Al final, después de su ascenso al trono del Padre como Sumo Sacerdote, luego de haberles encargado la misión de la evangelización, esperaban el don del Espíritu Santo en el cenáculo, para que les ayudara a entender el significado de sus palabras, para comprender el sentido de su vida, muerte y resurrección.

Habían estado en el monte con Jesús. Vieron cómo fue traicionado, le vieron sufrir y morir. Sabían que había resucitado. Sabían que se había ido a preparar un lugar para ellos y sabían que él enviaría el don del Espíritu Santo para asistirles.

La fiesta de Pentecostés completa la historia de la Pascua. En un salón con las puertas cerradas, los discípulos esperan el don del Espíritu Santo como comunidad en la oración, para que les guíe mientras caminen por la senda de Jesús y para difundir la misión por todo el mundo.

¿Qué significado tiene esta fiesta para nosotros? Primero, como comenté la semana pasada, la importancia de la labor de la espera en la vida cristiana.

Después de que Jesús se sentara a la derecha del Padre, los discípulos esperaron a que el Espíritu Santo les facultara para proseguir con su misión de bautizar, enseñar y predicar el perdón de los pecados.

Segundo, el miedo forma parte de la vida. “Esperaban a puertas cerradas,” incluso después del saludo pascual de Jesús: “No teman.”

El papel del Espíritu Santo con los dones del valor y la fortaleza son cruciales si queremos apreciar el significado de nuestras vidas y nuestra misión cristiana; y el temor servil de la vida humana da paso a un temor honesto e integral: el temor reverencial al Señor, nuestro Dios.

Tenemos la necesidad recurrente de volver al cenáculo con las puertas cerradas. Debemos ir a un lugar donde el don de la sabiduría y el entendimiento del Espíritu Santo nos ayuden a recordar nuestro propósito.

Revivimos la espera de la venida del Espíritu Santo de los Doce junto con María. Hoy refrescamos nuestro entendimiento y la valoración de la presencia del Espíritu Santo entre nosotros.

En el cenáculo recordamos que por la gracia del Espíritu Santo nuestro discipulado comienza y termina en la oración. †

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