March 6, 2009

Buscando la Cara del Señor

El pecado de la envidia menoscaba nuestra vida de caridad

Continúo exhortándolos a que renovemos nuestra conversión personal de corazón durante esta época de gracia especial de la Cuaresma.

La semana pasada ofrecí una reflexión sobre el poder del discurso y nuestra necesidad de medir las palabras. Evitar los pecados de la palabra impone un reto sustancial que ejerce su influencia sobre el bien común de nuestra sociedad.

Esta semana los invito a reflexionar sobre el impacto que produce la envidia.

La envidia destruye la caridad. Resulta un problema moral esencial ya que, como cristianos, nuestra vocación fundamental es a amar. Muy pocos defectos menoscaban nuestra vida de caridad con tanta eficacia como la envidia y ésta resulta más predominante en cualquier comunidad humana de lo que estamos dispuestos a admitir.

La envidia es uno de los siete pecados capitales y mortales. Se le denomina pecado capital porque conduce a otros pecados y vicios. La semana pasada cité a la envidia como una de las principales causas de los pecados verbales, tales como la difamación, la calumnia y el desprestigio de la reputación.

El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos (USCAA, por sus siglas en inglés), define la envidia como “el deseo desmesurado por las posesiones de otro, incluso al punto de desearle mal al otro o alegrarse de su desgracia” (p. 511).

El décimo Mandamiento “no codiciarás los bienes ajenos,” “analiza las actitudes interiores de la avaricia y de la envidia, que nos llevan a robar y a actuar injustamente. En el lado positivo, el Décimo Mandamiento nos llama a practicar la pobreza de espíritu y la generosidad de corazón. ... Las inclinaciones pecaminosas nos llevan a envidiar lo que otros poseen y también a querer adquirir, desenfrenadamente, todo lo que podamos. ... Una persona avara hará todo lo posible por conseguir todo el dinero y posesiones posibles. Tenemos que recordar que la envidia es compañera de la avaricia; es una actitud que nos llena de tristeza cuando vemos la prosperidad de otra persona. Las personas envidiosas pueden llegar a estar tan consumidas por el deseo de tener lo que poseen los demás que incluso cometen crímenes para obtener lo que quieren” (USCAA, p. 479-480).

Pienso que las personas envidiosas a menudo se obsesionan con más que las posesiones económicas de los demás. La envidia se obsesiona igualmente con las cualidades personales del prójimo; por ejemplo, los dones intelectuales, en la buena apariencia o en las proezas atléticas o artísticas.

Algunas personas envidian a un colega que se destaca en su desarrollo profesional. Otros envidian a sus compañeros que parecen tener más amistades. Algunos envidian la buena salud de los otros.

En resumen: la envidia va mucho más allá de la codicia de las posesiones materiales. Los celos son una actitud estrechamente vinculada a la envidia. Una persona envidiosa es posesiva de lo que tiene y desea poseer lo que cree que debería tener, y resiente a los demás por lo que ellos tienen (Cf. USCAA, p. 541).

No hay muchos defectos que produzcan más división en una familia o en cualquier comunidad humana (incluso religiosa), que la envidia o los celos, porque estos pecados conllevan a acciones que niegan la dignidad de los demás.

Las falsas insinuaciones sobre la buena reputación de aquellos que son objeto de envidia, o simplemente mentiras, son pecados graves contra la justicia. Resulta demasiado común plantar las semillas de la sospecha sobre una buena conducta, o bien alegar o especular acerca de las motivaciones inapropiadas de personas talentosas que hacen el bien.

La envidia (o los celos), en ocasiones hacen que las buenas personas se sientan intimidadas y duden en hacer buenas acciones. La envidia puede impedir la realización de buenas obras y de acciones generosas.

Esta es otra faceta de la perversidad de este pecado capital. Por lo general, las personas talentosas son blanco de envidia, ya sea en una familia o en la comunidad. En tales circunstancias, debería protegérseles por caridad y en el nombre del bien común, al igual que se debe alentar a las personas menos aventajadas.

El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos resalta: “La gente bautizada debería contestar a la envidia con humildad, dando gracias a Dios por los dones que les ha otorgado a ellos y a los demás, teniendo buena voluntad y rindiéndose a la providencia de Dios. ... La pobreza de corazón es una forma de evitar la avaricia y la envidia. ‘El abandono en la providencia del padre del cielo libera la inquietud por el mañana. La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios’ ” (Catecismo de la Iglesia Católica, #2547, citando Mt 6:25-34, p. 480).

Durante esta temporada sagrada de la Cuaresma nos vendría bien reservar un poco de tiempo adicional para repasar nuestra conducta moral y espiritual.

Los celos y la envidia pueden colarse en nuestra vida cotidiana casi sin que nos demos cuenta. El examen de conciencia, es decir, escuchar sinceramente lo que nos dice el corazón, es una práctica importante que debemos realizar a diario.

Si descubrimos que arrastramos el peso del pecado capital de la envidia, el don de la misericordia generosa de Dios se encuentra muy cerca de nosotros, en el sacramento de la penitencia y la reconciliación.

Sentirnos libres del efecto esclavizante de la envidia, así como de los demás pecados, obra maravillas en nosotros.

El obsequio pascual de Dios del perdón nos trae paz. †

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