March 21, 2008

Buscando la Cara del Señor

En la Pascua experimentamos el misterio de la conquista de la vida sobre la muerte

Para las personas de fe, la Semana Santa es una época de gracia muy especial.

En cierto sentido, para las personas de fe es como si esta semana especial estuviera ligeramente suspendida en el tiempo.

Todo lo que tenemos que hacer es entregarnos a la oración litúrgica especial que la Iglesia nos presenta, principalmente durante el triduo del Jueves y el Viernes Santo, y la Vigilia Pascual.

Estas celebraciones litúrgicas en particular llevan consigo la noble sencillez de nuestras celebraciones más antiguas.

El Jueves Santo celebramos una vez más el memorial de la Última Cena del Señor con especial agradecimiento por el maravilloso don de la Eucaristía y del sacerdocio en nuestras vidas.

Y también celebramos el excelente ejemplo de servicio amoroso que demostró Jesús al lavarles los pies a sus discípulos. Durante esta celebración recordamos cada año que Jesús nos llamó “amigos.”

¿Qué podemos decir sobre el Viernes Santo? “Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos” (Jn 15:13).

Nuestra liturgia del Viernes Santo está colmada de profunda y noble sencillez. Espero que hayan podido reunirse para elevar plegarias especiales en recuerdo del inmenso amor que el Señor tiene para todos nosotros. Él sufrió y murió para que cada uno de nosotros pudiera tener vida eterna.

Cada año durante el Viernes Santo tenemos el privilegio de caminar con Jesús por su sendero de sufrimiento y muerte. ¡Es lo menos que podemos hacer para recompensar la bendición de su amor en nuestras vidas!

Ninguna celebración litúrgica es más hermosa que la Vigilia Pascual. El gran fuego pascual y el encendido del Cirio Pascual son rituales ricos en simbolismo.

Se nos hace un recorrido por la historia de nuestra salvación en una maravillosa serie de lecturas. ¡Qué conmovedor es el bautismo de catecúmenos y la confirmación de los candidatos! En efecto, toda la Vigilia y la Eucaristía son conmovedoras.

¡La Pascua es la gran celebración de la esperanza! Es la victoria de la vida sobre la muerte, de la salvación del pecado. Cantamos con entusiasmo “la lucha ha terminado y se ha obtenido la victoria.”

Sin embargo, todo parece igual el lunes después de la Pascua. El sufrimiento y muerte que Dios le pidió a su propio Hijo que pasara, nos da la clave para darle sentido a toda la tragedia humana que nos rodea.

Una vez más hemos recorrido el sendero de la Pasión de Cristo, el sendero de un hombre inocente que fue traicionado por un amigo y luego obligado a morir la muerte humillante de un criminal. Y una vez más salimos del triduo con gran alegría porque hemos sido salvados del pecado y de la muerte. ¡Aleluya!

Me gusta recordar por qué nuestra Iglesia se aferra a la tradición de exhibir el crucifijo, la cruz con la imagen del cuerpo de Jesús en ella.

Esta tradición no constituye una negación de la victoria de Jesús sobre la muerte y no es un desplazamiento de la posición central que tiene la Resurrección en la vida cristiana.

Deseamos recordar que una persona humana extendió sus brazos sobre la cruz y sufrió profundamente debido a su amor por nosotros.

Nuestros crucifijos contienen un realismo cristiano sobre la vida y la resurrección y tocan una fibra sensible en nuestra experiencia humana.

Nos recuerdan que: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn 1:11).

Nuestros ancestros rechazaron a Jesucristo y le entregaron la cruz.

Cada Semana Santa y triduo recordamos la muerte de Jesús, cuando convirtió la cruz en un crucifijo.

Conocemos la cruz: Representa el problema del dolor y la muerte en nuestras vidas. Jesús sobre esa cruz es la solución. Jesús nos muestra que el dolor puede ser el preludio de la alegría y la paz; pero más aún, la cruz es el camino a la salvación. Cristo cayó el Viernes Santo, pero se levantó a la vida gloriosa el Domingo de Pascua.

La Pascua es una festividad especial para aquellos de nosotros que llevan más que su propia cuota de sufrimiento humano. Jesús nos demostró que la vida no termina con la muerte. Podemos experimentar la solidaridad con él en la oración, tanto solos como acompañados.

Por lo tanto, ¡la Pascua es la máxima celebración de esperanza! Para los que enfrentan la muerte con temor, Jesús demostró de una vez por todas que en la muerte, la vida cambia y no les es quitada.

En una de nuestras oraciones eucarísticas se nos recuerda que hemos sido llamados “al Reino en el que toda lágrima será enjugada.” Ese es el verdadero hogar al que todos estamos peregrinando. Y así, la Pascua eleva nuestros espíritus en el camino.

¡Gracias a Dios por el obsequio de nuestra fe pascual! ¡Gracias a Dios por el obsequio de su propio Hijo! ¡Gracias a Dios por su victoria en la Pascua!

Que Dios lo bendiga a usted y a los suyos con la Pascua más feliz. ¡Ofrezco una oración de júbilo por todos ustedes! †

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