November 2, 2007

Buscando la Cara del Señor

El respeto hacia todas las formas de vida resulta impopular y contrario a la cultura laica

Se debe tener cuidado al recibir información de los medios de compunicación sin antes realizar una evaluación crítica. Quizás lo que escuchamos, vemos y leemos no sea toda la historia completa. Reflexiono sobre un caso específico.

Inicialmente me sorprendí cuando escuché que el Presidente George W. Bush vetaría la renovación del reciente programa estatal de seguro médico para niños (SCHIP por sus siglas en inglés). No podía imaginarme por qué el presidente se opondría a proporcionar atención médica infantil, especialmente a niños pobres.

En efecto, vetó el programa actualizado. El reportaje que leí y los anuncios que escuché informaban que el motivo de la decisión del presidente era el costo excesivo que suponía el programa. Esa información es bastante distinta a la que obtuve a través los reportajes de los medios de comunicación católicos.

Averigüé que, de hecho, el Presidente Bush y los obispos estadounidenses apoyaron alguna vez el programa SCHIP, pero ahora tienen grandes preocupaciones al respecto. Tal y como lo presentaba una editorial nacional católica: “Se debe a que el nuevo Congreso ha transformado esta reforma de asistencia social en un caballo de Troya.”

En efecto, el Congreso intentó reorientar SCHIP. Como lo expresa el National Catholic Register: “Decidieron que un proyecto de ley para atención médica infantil sería la mejor coyuntura para sentar un peligroso precedente tomando el dinero de los sueldos de los contribuyentes estadounidenses y utilizándolo para costear abortos.”

El programa de atención médica infantil (SCHIP) se creó en 1997. Se consideró un paso adelante en la reforma de la asistencia social ya que contenía una disposición por medio de la cual los estados debían distribuir el dinero federal, una forma de que estuviera “cerca de casa,” por así decirlo. El dinero proveniente de SCHIP debía gastarse para proporcionar atención médica a aquellos niños cuyos padres se encontraran por encima del nivel de pobreza y que no calificaran para obtener Medicaid, pero que aun así no pudieran costear sus gastos de atención médica.

Cuando el Congreso cambió de manos en 2005, los nuevos legisladores decidieron realizar dos cambios importantes en el programa SCHIP. Primero, cambiaron la definición de niños. La definición anterior de niños abarcaba a cualquiera “desde la concepción hasta los 19 años.” Es decir, estaban a disposición cuidados prenatales por el bien de los niños. Esa definición se eliminó.

Segundo, al nuevo proyecto de ley se incorporaron los “servicios de maternidad.” Bajo esta rúbrica el dinero que se retiene de los impuestos podría pagar abortos en 17 estados. La versión anterior de SCHIP empleaba unas previsiones que contemplaban también los derechos de los niños no nacidos. La nueva versión revoca dicha noción. La nueva versión del programa de salud médica para niños franquea las antiguas políticas federales contra la práctica de abortos auspiciados por el dinero de los contribuyentes.

Lo que originalmente estaba destinado a servir a los niños pobres ahora se encuentra disponible para costear abortos. Por lo tanto, no es de sorprender que la nueva versión del programa cuente con el apoyo de Planned Parenthood.

Obviamente los obispos estadounidenses ya no pueden apoyar la versión actualizada de SCHIP. Si bien la versión antigua era positiva, la nueva no lo es. El veto del presidente abarcaba mucho más que un aumento en los costos.

Existe una presión constante para declarar el derecho al aborto como una práctica médica aceptada y disponible, hasta el punto de exigir el apoyo de los contribuyentes. Lo mismo sucede con el apoyo legal a las prácticas para la investigación de células madre en embriones que requieren la interrupción de una vida humana en desarrollo.

Para decir lo menos, nuestra profunda creencia de que la vida humana es sagrada desde la concepción hasta la muerte natural resulta cada vez más impopular y contraviene la cultura laica. El desprecio es palpable.

Recuerdo el comentario perspicaz de la Beata Teresa de Calcuta: “Ciertamente es una gran pobreza matar una vida inocente en función de la comodidad y una mayor conveniencia.” La comodidad y la conveniencia son valores que parecen haberse vuelto supremos en la cultura de la sociedad contemporánea. Creo que aquellos de nosotros que pertenecemos a una generación anterior sacudimos la cabeza incrédulos. Recordamos una época distinta.

Tenemos que preguntarnos: ¿Cómo encaja Dios en una cultura laica? En efecto, Dios no encaja. Al creador de la vida se le deja a un lado para todos los fines prácticos. ¿Es esto intencional? Probablemente en algunos casos. Pero creo que en su mayoría, el laicismo se ha vuelto tan predominante que se reflexiona muy poco sobre el verdadero significado de creer en Dios y en las consecuencias de esa creencia.

El asunto se complica aun más en una sociedad que atribuye acertadamente un elevado valor a la democracia. El problema es que la igualdad de derechos se interpreta como derechos a cualquier costo, incluyendo la negación del derecho a la vida del no nacido y de los más vulnerables en nuestra sociedad.

Retomo mi preocupación con respecto a cómo recibimos la información en nuestro mundo post-cristiano. Nos hacemos un perjuicio a nosotros y a nuestra cultura si aceptamos lo que vemos, escuchamos y leemos tal y como se nos presenta. Nuestros niños y jóvenes adultos necesitan ayuda para aprender a pensar de manera crítica, de conformidad con los valores morales y el Credo que profesamos. †

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