July 29, 2005

Seeking the Face of the Lord

El padre Bruté recibe el llamado a conducir la nueva
diócesis en Indiana

En octubre de 1833, los obispos presentes en el Segundo Concejo Provincial de Baltimore sometieron el nombre del padre Bruté a Roma para convertirlo en obispo de una nueva diócesis que se erigiría en Indiana y el este de Illinois: la Diócesis de Vincennes. El padre Bruté se había vuelto un consultor teológico muy respetado por muchos obispos de la época, especialmente en los Concejos de Baltimore.

Cuando el padre Bruté se enteró de la nominación enviada a Roma a finales de 1833, trató por todos los medios de convencer a todos los obispos que pudiera, de que no debería nombrársele obispo. En una carta enviada al obispo Joseph Rosati, de San Luis, expresó que había envejecido prematuramente a los 54 años y alegó su mala salud. “Este año mi salud se ha deteriorado tan rápido que todo el mundo pensó que yo estaba desfalleciendo.”

De hecho, es muy probable que ya hubiera contraído tuberculosis, de la cual morirá. Sostenía que estaba incapacitado y que no podría montar a caballo en los caminos misionarios. Incluso adujo estar sufriendo de melancolía.

Argumentó que era un ermitaño. “Usted me ha visto evitar todos los banquetes durante el Concejo. No he adquirido ninguna de las costumbres americanas y después de todo, soy incapaz de adquirirlas. Siempre estoy con mis libros en mi rincón en el tercer piso o donde las hermanas.”

Protestó de que las hermanas y sus estudiantes “están acostumbrados a mi inglés holandés o francés”. Pero dijo que nadie le pedía que diera sermones: “habiendo perdido los dientes a temprana edad y habiéndome descuidado cada vez más en este aspecto, soy incapaz de hablar en público.”

Sostuvo que el defecto principal que lo descalificaba para convertirse en obispo era su completa carencia de aptitudes administrativas.

Este era el tenor de los argumentos que el padre Bruté utilizó cuando en julio de 1834 se recibieron los documentos desde Roma erigiendo la Diócesis de Vincennes y nombrándolo a él como obispo. Le escribió a sus amigos obispos: Rosati, Flaget y David, Chabrat y Purcell, todos los obispos “del occidente”, San Luis, Bardstown y Cincinnati. Dejó la decisión en sus manos. Unánimemente le dijeron que debería aceptar. No vio otra opción en el asunto. En la oración, el obispo electo se entregó a la voluntad de Dios. En efecto, la idea de retirarse a los bosques de Indiana e Illinois le resultaba atractiva a su corazón misionario y pastoral.

El nuevo obispo tuvo que pedir dinero prestado para llegar a la décima tercera diócesis que se fundaría en el Nuevo Mundo. No pudo costearse el envío de su preciada biblioteca. Eso tendría que ser más adelante. Tenía $240 que las hermanas de la Madre Seton de St. Joseph en Emmitsburg, MD, habían recolectado para él. Su preciada biblioteca y un reloj de oro que había recibido como obsequio eran sus únicas pertenencias. Más tarde pediría que se le enviara el crucifijo de bronce que tenía en la habitación donde escuchaba las confesiones de sus queridas hermanas, incluyendo las de la futura santa, Elizabeth Ann Seton. Le dejó una nota de despedida a la Hermana Rose White, la superiora que sucedió a la Madre Seton: “Rece, rece por Simon.”

Y así, se aventuró por el río Ohio en un barco de vapor.

En el camino, se detuvo en Cincinnati y Louisville. Allí se reunió con su viejo amigo y mentor, el obispo Flaget de Bardstown, quien registró sus impresiones sobre el obispo electo: “Durante estos cinco días que he estado en compañía de este sucesor de los apóstoles, no he hecho más que escuchar, admirar y alabar a la Providencia que logra sus propósitos por medios inexplicables, lo cual a los ojos del mundo parece un desatino.

“La figura algo singular de este excelente prelado, el movimiento constante de sus dedos, de sus manos, de su cabeza y de todo su cuerpo al hablar; el inglés con una pronunciación enteramente en francés proveniente de una boca completamente desdentada, parecerían hacerlo totalmente inepto para la asignación que se le ha encomendado, sin mencionar lo irrisorio y ridículo. Pero… mon Dieu, cuando celebra la Santa Misa; cuando habla de Jesucristo, de Su amor por los hombres, mi corazón se expande y se enciende como el de los discípulos de Emmaus. Estoy fuera de mí. Y tengo esperanzas en contra de ella y preveo la forja de milagro tras milagro de este venerable apóstol. A través de los años, la Iglesia ha aprendido que en Dios todo es posible.”

El obispo electo y su amigo, el obispo Flaget salieron rumbo a San Luis donde el obispo Rosati consagraría a Simon. En esta ocasión viajaron por tierra ya que el nuevo obispo de Vincennes quería visitar su Ciudad Sede en el camino.

La próxima semana: El padre Simon Bruté llega a Indiana y encuentra mucho trabajo esperándole.

 

Local site Links: