February 14, 2025

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

Una ‘intensa vida interior’ y una ‘humildad gozosa’ ayudan a los creyentes a esperar a Dios con paciencia

La homilía del papa Francisco del 2 de febrero en ocasión de la Fiesta de la Presentación del Señor, reflejó el hecho de que tradicionalmente esta coincide con la Jornada mundial de la Vida Consagrada. Es un día en el que nuestra Iglesia reconoce el don de mujeres y hombres que dedican toda su vida a vivir el Evangelio según los carismas particulares de las distintas órdenes religiosas.

En su mensaje para la Jornada mundial de la Vida Consagrada de este año, el papa Francisco expresó:

Hermanos y hermanas, la espera de Dios también es importante para nosotros, para nuestro camino de fe. Cada día el Señor nos visita, nos habla, se revela de maneras inesperadas y, al final de la vida y de los tiempos, vendrá. Por eso Él mismo nos exhorta a permanecer despiertos, a estar vigilantes, a perseverar en la espera. Lo peor que nos puede ocurrir, en efecto, es caer en el “sueño del espíritu”: dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación.

Este principio espiritual de esperar pacientemente a Dios es especialmente significativo para quienes han vivido vidas largas y productivas y se encuentran ahora en las etapas finales de su camino de fe. Las personas mayores pueden tener la tentación de mirar atrás y lamentar no haber aprovechado las oportunidades de crecimiento espiritual; o quizá estén impacientes por completar esta peregrinación terrenal y ocupar su lugar con la Santísima Virgen María y todos los santos en el Cielo.

El Santo Padre nos aconseja a todos esperar a Dios con paciencia. Observa que en el Evangelio de San Lucas (Lc 2:22-40) se nos dan los ejemplos de Ana y Simeón como garantía de que las promesas que Dios nos hace se cumplirán.

El papa Francisco prosigue e identifica dos de los obstáculos que nos impiden a todos los que tratamos de esperar pacientemente a Dios, pero especialmente a los religiosos consagrados. Estas son, en primer lugar, “el descuido de la vida interior” y, en segundo lugar, “la adaptación al estilo del mundo.”

El Santo Padre dice que el descuido de nuestra vida espiritual “ocurre cuando el cansancio prevalece sobre el asombro, cuando la costumbre sustituye al entusiasmo, cuando perdemos la perseverancia en el camino espiritual, cuando las experiencias negativas, los conflictos o los frutos, que parecen retrasarse, nos convierten en personas amargadas y resentidas.” Nos exhorta a recuperar las gracias perdidas: a volver atrás y, mediante una intensa vida interior, retornar al espíritu de gozosa humildad y silencioso agradecimiento.

El Papa asegura que un corazón alegre se nutre de la adoración; proviene de lo que él llama “el empeño de las rodillas y del corazón” y por la oración intensa que lucha e intercede, capaz de despertar de nuevo nuestro anhelo de Dios, ese amor inicial, ¡ese asombro que la mayoría de las mujeres y hombres sintieron el primer día de su vida como religiosos consagrados!

El día del bautizo, tanto los recién bautizados como sus padres y padrinos sentían una alegría similar. Es importante recuperar esta alegría ahora, afirma el Papa, si queremos progresar en la vida del Espíritu.

La segunda preocupación del Papa—la adaptación al estilo del mundo—surge de su observación del modo en que el mundo trata de dominar nuestra vida cotidiana, provocando una ansiedad e impaciencia excesivas. “Cuidemos, pues”—dice el Papa—“de que el espíritu del mundo no entre en nuestras comunidades religiosas, en la vida de la Iglesia y en el camino de cada uno de nosotros, pues de lo contrario no daremos fruto.”

Todos los cristianos bautizados, pero especialmente los que han prometido vivir más intensamente los principios evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, necesitan ser contemplativos, disfrutar del silencio y de la oración meditativa, incluso en medio de apostolados activos y vidas ajetreadas.

El papa Francisco asevera que “La vida cristiana y la misión apostólica necesitan de la espera, madurada en la oración y en la fidelidad cotidiana, para liberarnos del mito de la eficiencia, de la obsesión por la productividad y, sobre todo, de la pretensión de encerrar a Dios en nuestras categorías, porque Él viene siempre de manera imprevisible, viene siempre en tiempos que no son los nuestros y de formas que no son las que esperamos.”

Como Simeón y Ana, debemos esperar que el Señor se nos manifieste; entonces podremos rezar de verdad el Nunc Dimittis y permitir que nuestro Padre Celestial nos libere de nuestras responsabilidades terrenales mientras nos da la bienvenida a la Jerusalén Celestial.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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