June 9, 2017

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

‘Levántate y ve’: Evangelicemos y compartamos el amor y la misericordia de Dios

Si hay algo que resulta claro después de cuatro años de pontificado, es que el papa Francisco no soporta la idea del “cristiano perezoso” que prefiere su propia comodidad a seguir adelante con la obra de Cristo. Recientemente, en una de sus homilías el papa predicó que la Iglesia tiene que estar “de pie y en salida, a la escucha de las inquietudes de la gente y siempre con alegría.”

En respuesta a las “inquietudes de la gente,” la Iglesia actúa con valentía y decisión para ofrecer consuelo y sanación a quienes lo necesitan. Así es como Jesús, quien nunca descansó, jamás dijo “no” al enfrentarse a las necesidades de su pueblo y jamás antepuso su propia comodidad a su misión divina.

De acuerdo con el papa Francisco, la vocación y el gran consuelo de la Iglesia, es evangelizar.

“Pero para evangelizar, ‘levántate y ve.’ No dice: quédate sentado, tranquilo, en tu casa: ¡No! La Iglesia siempre para ser fiel al Señor debe estar de pie y en camino: ‘Levántate y ve.’ Una Iglesia que no se levanta, que no está en camino, se enferma.” Y termina cerrada con muchos traumas psicológicos y espirituales, puntualiza el Santo Padre, “cerrada en su pequeño mundo de las habladurías, de las cosas … cerrada, sin horizontes.” “Levántate y ve, de pie y en camino. Así debe actuar la Iglesia en la evangelización, subraya el Pontífice.”

“Todos los hombres, todas las mujeres tienen una inquietud en el corazón, buenas y malas, pero existe la inquietud. [La Iglesia] Escucha esas inquietudes. No dice: ‘Ve y haz proselitismo.’ ¡No, no! ‘Ve y escucha.’ Escuchar es el segundo paso. El primero: ‘levántate y ve,’ el segundo ‘escucha.’ Aquella capacidad de escucha: ¿Qué cosa siente la gente, qué cosa siente el corazón de esta gente, qué cosa piensa? Pero, ¿piensan cosas equivocadas? Pero yo quiero escuchar estas cosas equivocadas, para entender bien dónde está la inquietud. Todos tenemos las inquietudes dentro. El segundo paso de la Iglesia es encontrar las inquietudes de la gente.”

El papa Francisco comparte con nosotros su profunda esperanza de que la Iglesia esté siempre de pie, como una madre atenta, que se levanta a ayudar a todo aquel que la necesite.

Pero primero debemos aprender a suavizar nuestros endurecidos corazones. El Señor enternece “los corazones duros, que condenan todo aquello que está fuera de la ley,” señala el papa Francisco. Del mismo modo, apunta que aquellos que tienen el corazón endurecido no saben que la ternura de Dios es capaz de cambiar corazones de piedra por corazones de carne.

“Y esto hace sufrir tanto, tanto a la Iglesia”: los corazones cerrados, los corazones de piedra, los corazones que no quieren abrirse, que no quieren sentir; los corazones que sólo conocen el lenguaje de la condena: saben condenar, no saben decir: “¿Pero explícame por qué tú dices esto? ¿Por qué esto? Explícame. No: están cerrados. Saben todo. No tienen necesidad de explicaciones,” afirmó el papa.

“En efecto, un corazón cerrado no deja entrar al Espíritu Santo,” puntualiza el Sumo Pontífice. “Un corazón cerrado, un corazón testarudo, un corazón pagano no deja entrar el Espíritu y se siente suficiente en sí mismo.”

“Y hoy miramos esta ternura de Jesús: el testigo de la obediencia, el Gran Testigo, Jesús, que ha dado la vida, nos hace ver la ternura de Dios con respecto a nosotros, a nuestros pecados, a nuestras debilidades,” dice el papa. “Entremos en este diálogo y pidamos la gracia de que el Señor enternezca un poco el corazón de estos rígidos, de aquella gente que está encerrada siempre en la Ley y condena todo aquello que está fuera de la Ley. No saben que el Verbo vino en carne, que el Verbo es testigo de obediencia, no saben que la ternura de Dios es capaz de mover un corazón de piedra y poner en su lugar un corazón de carne.”

El llamado de Jesús es muy claro: ¡Debemos levantarnos e ir! Debemos convertir nuestros corazones endurecidos en corazones tiernos y compartir con los demás el amor y la misericordia de nuestro Dios, especialmente con los más necesitados.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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