February 10, 2017

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

Raquel llora por su hijos de todas las generaciones

Cuando el papa Francisco comenzó formalmente su ministerio como obispo de Roma hace casi cuatro años, se comprometió a proteger la dignidad de cada persona y la belleza de la creación, así como San José protegió a la Santa Virgen María y a su hijo, Jesús. “Proteger la creación, proteger a cada hombre y mujer, mirarlos con dulzura y con amor es abrir un horizonte de esperanza,” expresó el Santo Padre.

Durante su primer mensaje en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz, el papa Francisco lo expresó de la siguiente forma: “Las nuevas ideologías, caracterizadas por una corriente desenfrenada de individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales y alimentan la mentalidad de ‘desecho’ que conlleva al rechazo y al abandono de los más débiles y de aquellos considerados inútiles.” El Santo Padre nos enseña que la desesperación es una consecuencia de la devaluación radical de la persona humana. La esperanza sobreviene con el reconocimiento y la reafirmación de la dignidad humana.

El mes pasado, durante un de sus audiencias habituales de los miércoles, el papa Francisco habló sobre el inconsolable dolor de los padres que pierden hijos. Evocando el relato del Antiguo Testamento con respecto a Raquel, esposa de Jacob, que el profeta Jeremías describió que lloraba amargas lágrimas por sus hijos en el exilio, el papa nos recordó que ninguna palabra ni gesto puede consolar el dolor de un padre que enfrenta la tragedia de haber perdido a un hijo.

Muchas madres lloran desconsoladamente hoy en día, incapaces de aceptar la muerte sin sentido de sus hijos. Tal como lo señala el papa, el dolor de Raquel abarca el dolor de todos los padres y las lágrimas de todas las personas que lloran muertes irreparables.

La experiencia de Raquel nos enseña lo delicado y lo difícil que es consolar a una persona que sufre. Nosotros que estamos llamados a dar testimonio de la alegría del Evangelio primero debemos compartir las lágrimas del que sufre y, si no encontramos las palabras para lograrlo, el Santo Padre nos aconseja que permanezcamos en silencio, ofreciendo en vez de ello un gesto o una caricia.

El papa narra que Dios responde a las lágrimas de Raquel prometiéndole que sus hijos regresarán a la patria. Las amargas lágrimas de la mujer que muere de parto se convierten en las semillas de una nueva vida y generan nueva esperanza.

De manera parecida, nos dice el papa Francisco, la muerte de Cristo en la cruz infundó vida y esperanza a los hijos inocentes de Belén que fueron asesinados por el rey Herodes en los días posteriores al nacimiento de Jesús. La esperanza no explica el misterio del mal ni alivia el dolor ni la pena que sienten los padres que sufren. Cuando las personas plantean interrogantes difíciles sobre por qué los niños sufren, el papa dice: “No sé qué responderles. Sencillamente les digo ‘alcen la vista a la cruz: Dios nos entregó a su Hijo. Él sufrió y quizás allí encuentren una respuesta.’ ”

Dios quiere a todos los seres humanos porque cada persona ha recibido el don de la vida. Este don es una cuota del propio ser divino que es mucho más preciado que cualquier cosa que podamos imaginar. La vida misma es un tesoro que Dios nos entrega para que lo alimentemos, lo protejamos y lo compartamos generosamente con los demás. Nada en la Tierra es más valioso que la vida humana. Es por ello que tomar deliberadamente una vida humana mediante asesinato, aborto, eutanasia, infanticidio o cualquier otra forma, constituye un pecado tan grave. Solamente Dios concede la vida y solamente Él puede quitarla.

El Hijo de Dios penetró en nuestro sufrimiento humano, compartió nuestro dolor y recibió la muerte. Desde la cruz le dio nueva vida a María, convirtiéndola en la madre de todos los creyentes. A través de las lágrimas de María y de Raquel cumple la profecía y genera nueva esperanza.

Nadie es indeseable ante los ojos de Dios; es por ello que veneramos todas las vidas, ayudamos a los minusválidos, atendemos a los enfermos y a los ancianos; es por ello que alentamos y brindamos ayuda a las mujeres con los embarazos no deseados y por lo que nos pronunciamos enérgicamente contra todo intento de tratar a los seres humanos no deseados por la sociedad, porque de alguna forma los consideran menos valiosos de lo que realmente son ante los ojos de Dios.

Toda la vida es sagrada, especialmente aquellos que se sienten no deseados o que han sido rechazados por leyes, normas y prácticas sociales injustas, crueles e inhumanas durante esta y las demás épocas de la historia.

Nadie jamás tiene que preguntarse “¿acaso Dios realmente me quiere?” Dios nos quiere a todos.

“Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él vivirás mucho tiempo” (Dt 30:16, 19-20).
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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