August 26, 2016

Alégrense en el Señor

El papa Francisco desea que todos estén incluidos en la vida de la Iglesia

Archbishop Joseph W. Tobin

Tras tres años de contacto con el ministerio del papa Francisco, se podría decir que su estilo pastoral se resume de la siguiente forma: que ningún pecador quede fuera. El Papa, quien en respuesta a la pregunta de un periodista se definió como “un pecador,” tiene una gran agudeza para reconocer las distintas formas en las que todos fallamos en nuestro intento por cumplir con las pautas que define el Evangelio. Nadie es perfecto. Todos nos tropezamos y caemos en el camino hacia el cielo.

Es por ello que el papa Francisco insiste en que la Iglesia, al igual que el propio Jesús, enfoque su ministerio hacia los enfermos, no los que están sanos. A nuestro Señor le reprochaban asociarse con cobradores de impuestos y pecadores. Comía y bebía en compañía de los marginados y criticaba a los escribas y a los fariseos quienes se consideraban mejores que la mayoría porque se atenían rígidamente a la ley.

El papa Francisco refuerza la ley divina y las enseñanzas de la Iglesia en lo concerniente al matrimonio, el divorcio y volver a casarse, pero se esfuerza tremendamente en recordarnos que quienes hayan fallado en su intento de cumplir con estas pautas no se consideran excomulgados. Si bien es cierto que han fallado, a veces incluso gravemente, siguen siendo nuestros hermanos y hermanas, miembros de la Iglesia llamados a llevar vidas santas y a participar en la vida en común.

El Santo Padre deja en claro “que toda ruptura del vínculo matrimonial va contra la voluntad de Dios” (“La alegría del amor,” #291). También expresa sin lugar a dudas que “para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza” (#307). Y sin embargo, todos sabemos que aunque muchos casados viven sus votos matrimoniales de la mejor manera posible, en las buenas y las malas hasta que la muerte los separe, muchos otros no llegan a cumplir con este ideal excelso.

¿Cómo podemos plantear este ideal, el de ayudar a las parejas a llevar vidas provechosas, y al mismo tiempo acoger a quienes se han divorciado y vuelto a casar pero que todavía desean pertenecer a la comunidad de fe?

La respuesta del papa Francisco presenta un desafío: “Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales, quienes quisieron expresar que “los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo” (# 299).

Una vez más, el Papa nos recuerda que quienes se han divorciado y vuelto a casar no están excomulgados. En efecto, son “miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio” (#299). El Papa insiste en que todos somos pecadores y que a ninguno de nosotros se le debe privar del recurso del infinito amor y la misericordia de Dios.

“Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna,” argumenta el Papa. “Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, “no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (#308).

Esta es otra de las vívidas metáforas del papa Francisco: zapatos manchados del barro del camino, pastores que adquieren el olor a oveja, la Iglesia como un hospital en campo llamado a atender a los heridos de la batalla. Ya sea que se encuentre en caminos lodosos, en pastizales distantes o en el campo de batalla, la Iglesia está llamada a ofrecer el perdón y la misericordia de Dios a todos, santos y pecadores por igual.

Comparto la convicción del papa Francisco en cuanto a que la teología moral que impartimos hoy en día “debe poner especial cuidado en destacar y alentar los valores más altos y centrales del Evangelio, particularmente el primado de la caridad como respuesta a la iniciativa gratuita del amor de Dios” (#311). Esto supone conocer y comprender la ley de Dios. También significa aceptar el hecho de que la misericordia es la plenitud de la ley divina “que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar” (#312).

Junto con nuestro Santo Padre, exhorto a todos los líderes pastorales del centro y del sur de Indiana a encontrar formas adecuadas para incluir en vez de excluir a todos los que desean participar en la vida y el ministerio de la Iglesia, incluso a quienes se han divorciado y vuelto a casar.

Dado que todos somos pecadores, podemos beneficiarnos de las experiencias, las fortalezas y las esperanzas que aportamos unos y otros en el camino hacia nuestro hogar celestial. †

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