July 1, 2016

Alégrense en el Señor

El amor en el matrimonio exige paciencia, generosidad y abnegación

Archbishop Joseph W. Tobin

“El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co 13:4-7).

En el cuarto capítulo de “Amoris Laetitia” (“La alegría del amor”), el papa Francisco ofrece una reflexión llena de inspiración y desafíos sobre el significado del amor en La Primera Carta de San Pablo a los Corintios (1 Co 13:4-7). Este es un pasaje muy conocido que a menudo forma parte de la liturgia en las bodas porque describe el amor en términos prácticos que encierran profundas implicaciones para la vida cotidiana.

Los invito a que lean La alegría del amor en su totalidad, pero en especial recomiendo el cuarto capítulo titulado “El amor en el matrimonio.” Jamás había leído comentarios tan vivificantes sobre este texto paulino. Pero lo que es más importante: no creo haber leído nunca antes una descripción más poderosa del significado del amor en el matrimonio.

El papa Francisco nos dice que “todo lo dicho no basta para manifestar el evangelio del matrimonio y de la familia si no nos detenemos especialmente a hablar de amor. Porque no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar” (#89).

El amor es todo lo que San Pablo ensalza: paciencia, bondad, alegría, fidelidad, esperanza y resistencia. Y lo que es igualmente importante: el amor no es celoso, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, irritabilidad, resentimiento ni insiste en su propio interés.

El amor es bueno, pero también es fuerte. “El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía” comenta el papa Francisco (#92). Ser amorosos significa ver más allá de nuestros propios deseos y necesidades por el bien de otro, especialmente cuando este comportamiento abnegado nos resulte difícil.

“El amor nos lleva a una sentida valoración de cada ser humano, reconociendo su derecho a la felicidad,” expresa el Santo Padre (#96). El amor aborrece el sufrimiento ajeno; responde con amabilidad y compasión a todas las formas de injusticia. “El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan” nos enseña el papa Francisco (#100).

El amor soporta la injusticia, los insultos y los malos tratos para proteger al otro, al amado o a la amada, pero esto no significa que el amor sea pasivo ni indiferente. El amor auténtico es capaz de luchar como respuesta a una injusticia grave para cuidar y defender a alguien que ha sido objeto de un atropello. Pero el amor también nos recuerda que no debemos aferrarnos al odio ni al resentimiento. El amor es misericordioso y perdona incluso a quienes nos persiguen. “Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil” (#106).

Las familias están llamadas a ser escuelas de amor. “Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar” (#106). A menos que las familias se esfuercen por practicar el arte del amor y aprendan a transmitirlo a futuras generaciones, no puede existir esperanza para la sociedad como un todo. En verdad “la caridad [el amor en acción] comienza por casa.”

“Cuando una persona que ama puede hacer un bien a otro, o cuando ve que al otro le va bien en la vida, lo vive con alegría, y de ese modo da gloria a Dios, porque ‘Dios ama al que da con alegría’ (2 Co 9:7). Nuestro Señor aprecia de manera especial a quien se alegra con la felicidad del otro” (#110).

El amor exige abnegación, pero jamás es amargo ni rencoroso. ¿Por qué? Porque el “amor no desespera del futuro” sino que está repleto de esperanza y de confianza en que aunque “algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que quizás Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra” (#116). El amor jamás se rinde. Todo lo soporta, apoyado en la gracia de Dios para infundirnos fuerzas cuando nuestra debilidad humana nos lleva a fallar.

Que aprendamos a amar tan paciente y generosamente como Cristo nos ama. Y que podamos perdonar a los demás—y a nosotros mismos—por nuestros fracasos, hasta ver cristalizada la maravillosa visión que el papa Francisco comparte con nosotros (cortesía de San Pablo) en el capítulo 4 de “La alegría del amor.” †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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