November 3, 2023

Cristo, la piedra angular

Al igual que los santos, vivamos con humildad y sirvamos al prójimo desinteresadamente

Archbishop Charles C. Thompson

“El que sea más importante entre ustedes, sea siervo de todos. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23:11-12).

Este fin de semana, en la lectura del Evangelio del trigésimo primer domingo del tiempo ordinario (Mt 23:1-12), Jesús nos dice que el servicio y la humildad son esenciales en su forma de vida, lo cual contrasta fuertemente con el modo de ejercer la autoridad de los líderes religiosos de la época de Jesús. Nuestro Señor observa que:

Los escribas y los fariseos se apoyan en la cátedra de Moisés. Así que ustedes deben obedecer y hacer todo lo que ellos les digan, pero no sigan su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra. Imponen sobre la gente cargas pesadas y difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas. Al contrario, todo lo que hacen es para que la gente los vea. Ensanchan sus filacterias y extienden los flecos de sus mantos, y les encanta ocupar los mejores asientos en las cenas y sentarse en las primeras sillas de las sinagogas, y que la gente los salude en las plazas y los llame: “¡Rabí, Rabí!” (Mt 23:1-7).

Jesús dice a sus seguidores que respeten las enseñanzas de sus líderes, pero que no sigan su ejemplo porque son hipócritas que no practican lo que predican.

Todos los que han recibido un puesto de responsabilidad en la Iglesia (todos los que han sido bautizados) tienen el reto de tomarse a pecho las palabras de Jesús.

Como nos recuerda con frecuencia el Papa Francisco, ninguno de nosotros es perfecto sino que somos pecadores llamados por el Señor a proclamar la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo y a atender las necesidades de los demás. No siempre conseguimos practicar lo que predicamos.

Nuestra humanidad pecaminosa está constantemente a nuestro alrededor, tentándonos a anteponer nuestros propios deseos a los de aquellos a quienes servimos. Por eso debemos confiar en la misericordia del Señor para que nos perdone cuando no estemos a la altura de nuestro llamado bautismal y de nuestras vocaciones particulares. También es la razón por la que debemos confiar en que, por el poder del Espíritu Santo, la gracia de Dios hará por nosotros lo que no podemos hacer por nuestra cuenta.

Toda la vida de Jesús, su ministerio público y su muerte en la Cruz nos muestran cómo es el servicio humilde: servir es salir de nosotros mismos y ser mujeres y hombres para los demás.

Tal vez el ejemplo más dramático del compromiso de nuestro Señor con el servicio a los demás se encuentre en la Última Cena (Jn 13:1-17), cuando lavó los pies de los discípulos reunidos en el cenáculo para la cena de Pascua. Jesús insiste en que esta es la única forma aceptable de ejercer la autoridad entre sus seguidores y que todo lo demás es hipocresía.

El ejemplo de Jesús puede parecer abrumador: ¿Cómo podemos esperar “practicar lo que predicamos” si reconocemos nuestra condición de pecadores y nuestras falencias como líderes servidores?

Aquí resulta importante la intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los santos ya que estos son los hombres y mujeres que nos han precedido con éxito. Excepto María, que estaba libre de pecado por la gracia de Dios, todos los demás eran personas débiles, imperfectas y pecadoras que aceptaron el reto del Señor de seguir su camino de humilde servicio. Aunque tenían muchas personalidades diferentes, muchas fortalezas y diversas debilidades, lo que todos tenían en común era el deseo de vivir humildemente como vivió Jesús y de servir a los demás de manera desinteresada.

Nuestra celebración de la Solemnidad de Todos los Santos a principios de esta semana fue un testimonio de todas las personas—conocidas o no—que han dedicado su vida al servicio humilde en nombre de Jesús. Al pedirles que intercedan por nosotros, reconocemos que no podemos practicar lo que predicamos sin ayuda. Para ser humildes y servir a los demás como manda Jesús, debemos confiar en la gracia de Dios, en la intercesión de María y de todos los santos.

Nuestra observancia de Todos los Santos esta semana fue seguida, como siempre, por la conmemoración del Día de los Fieles Difuntos (Día de Muertos). Esta fiesta popular reconoce que el amor y la misericordia de Dios siguen estando a nuestra disposición incluso después de la muerte.

El Día de los Fieles Difuntos también refleja la noción de que los que aún vivimos tenemos la responsabilidad de servir humildemente a los que han muerto mediante nuestras oraciones sinceras. Del mismo modo que contamos con la intercesión de María y de todos los santos, las almas de nuestros hermanos y hermanas difuntos que aún no han alcanzado la felicidad del cielo cuentan con nuestra ayuda.

“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido: (Mt 23:12), nos dice Jesús tanto con sus palabras como con su ejemplo.

Pidamos a la Bienaventurada María y a todos los santos que nos ayuden a vivir el reto que representan estas palabras y, cuando nos quedemos cortos, pidamos el perdón de Dios y la gracia para seguir adelante. †

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