July 28, 2023

Cristo, la piedra angular

La historia de Lázaro demuestra el amor y el poder dador de vida de Dios

Archbishop Charles C. Thompson

“Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo concederá” (Jn 11:21-22).

La vida es el don más grande de Dios. Nada es más preciado o importante que la vida misma por la obvia razón de que si no estuviéramos vivos, no tendríamos nada, no sabríamos nada ni seríamos nada. Y sin embargo, ¡hacemos caso omiso de este don indispensable!

Al recitar el Credo de Nicea, profesamos nuestra fe en el Dios que creó todas las cosas visibles e invisibles. Todo lo que existe—tanto espiritual como material—ha sido creado de la nada por el Dios triuno que es el Divino dador de vida, la fuente, el fundamento y la meta de todas las cosas.

Creemos que toda vida humana es sagrada desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte. Pero nuestra fe también nos dice que la vida humana trasciende la muerte, que es un nuevo comienzo y no el final de la vida.

Porque Jesús ha superado el pecado y la muerte y nos ha rescatado a todos del cautiverio de la muerte, podemos tener confianza en que nuestra vida continuará más allá de la muerte a una existencia que no se parece a nada que podamos imaginar. Creemos en la resurrección de los muertos: el don definitivo de Dios.

Mañana sábado 29 de julio, se conmemora a los santos Marta, María y Lázaro. Mañana se hará referencia en la lectura del Evangelio (Jn 11:19-27) a la increíble historia de Lázaro, el amigo de Jesús, que es un anticipo del poder dador de vida de Dios. No hubo duda de que Lázaro había muerto. Estuvo en la tumba por tres días y su cuerpo ya se comenzaba a descomponer. Su hermana Marta supuso que no había nada que Jesús pudiera hacer para salvarlo. “Pero también sé ahora que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo concederá” (Jn 11:22). Marta confía en que el Dador de vida honrará los deseos de Jesús, y esta es la razón de su esperanza.

Jesús le dice a Marta con toda naturalidad: “Tu hermano resucitará” (Jn 11:23). Pero Marta está dudosa, y responde: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final” (Jn 11:24). Pero está claro que no tiene confianza en que Lázaro le sea restaurado en ese momento. Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Jn 11:25-26) Ella dijo: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Jn 11:27).

Esta es la fe que profesamos: Jesús es el Cristo, el Ungido, cuyo amor de autosacrificio es más fuerte que la muerte misma. Por su mandato, los poderes de la muerte deben ceder al todopoderoso don de la vida. Marta supera sus dudas y afirma su fe en Jesús. Y como ya sabemos, Jesús resucita a Lázaro de la muerte, para el asombro de todos.

Lázaro recibe de Dios el don de la vida de una forma extraordinaria. No solo resucitará “en la resurrección, en el día final,” sino que su vida terrenal se extendió como signo para todos los que creen en el poder dador de vida de Dios.

“Nadie ha visto jamás a Dios,” nos recuerda San Juan en la primera lectura de mañana (1 Jn 4:12). “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece entre nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros” (1 Jn 4:12). El poder dador de vida de Dios llega a nosotros a través del amor. Si nos amamos unos a otros, la vida Divina permanece en nosotros. Sabemos esto porque “Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4:16).

Jesús le dice a Marta: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra. Y Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.” Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera!” Y el que había muerto salió, con las manos y los pies envueltos en vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Entonces Jesús les dijo: “Quítenle las vendas, y déjenlo ir” (Jn 11:40-44).

La muerte no nos puede separar del poder del amor dador de vida de Dios. Ese es el milagro que la resurrección de Lázaro nos enseña. Jesús es la resurrección y la vida. Si creemos en él, el don de la vida nunca nos puede ser arrebatado. Si confiamos en él, como lo hizo Marta a pesar de sus dudas, Jesús nunca nos decepcionará. †

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